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viernes, 3 de enero de 2014

Escalera al cielo

 Había una vez un joven que tenía un sueño. Era un sueño auténtico, no como los sueño de hoy día. No soñaba con un yate, no sañaba con casarse y formar una familia. No, su sueño era más complejo, si cabe. El deseaba crear una escalera hasta el cielo, crearla y subir por ella para no volver jamás a este mundo. El muchacho, un jóven muy capaz y mañoso, comenzó a construírla. Al principio le resultó complicado, pero en seguida le cogió gusto. Todos los días, al volver a casa, trabajaba en su escalera, le añadía varios peldaños. El joven decidió trabajar con madera, pues su padre era carpintero; y su infancia había sido marcada ya con esos trabajos. Todos los días seguía un mismo procedimiento: cogía varias tablas y las cortaba en tablones de medio metro de ancho por 2 cm de alto, para hacer los peldaños. Tras cortarlos los pulía, les daba forma, los lijaba, los barnizaba y los colocaba en la estructura. Después se subía en ella para ver hasta donde llegaba. Hacía un par cada vez, para poner en cada lado de la escalera, que estaba unida al suelo de forma casi perpendicular. Para la estructura utilizó un gran molde que su padre había usado una sola vez para crear una escalera que permitiese a un cliente subir al tejado de su casa. Mediría aproximadamente 2,5 m. Cuando su estructura se terminaba creaba otra similar, y la unía a la anterior, mediante un encaje de metal.

Tras meses de duro trabajo, nuestro protagonista observó que su escalera no aumentaba nunca lo suficiente. Siempre existían cosas mas altas. Cuando superó su casa, el ayuntamiento quedaba por encima. Cuando superó el ayuntamiento la iglesia. Y cuando terminó la iglesia la catedral de la ciudad le seguía superando. Tras mucho trabajo decidió comentarle a su maestra su gran proyecto, pues estaba frustrado y necesitaba ayuda. Su profesora, lo miró con una benevolente sonrisa y le dijo: ''No existe nada más alto que el cielo, cariño. Ningún humano puede llegar tan alto, pues sería una ofensa para Dios''. Al llegar a casa, el joven comenzó a trabajar en su escalera como nunca antes. No sabía quien era Dios para ofenderse por su sueño, pero cuando llegara al cielo, hablarían personalmente.

Pasaron los años, y el protagonista de esta historia jamás abandonó su sueño. Con la ayuda de sus padres entró en la carrera de arquitecto, y aprendió miles de fórmulas y objetos que le fueron muy útiles para diseñar su escalera. A pesar de todo nunca abandonó su procedimiento habitual: cada día creaba entre dos y cuatro peldaños, los colocaba en su estructura y se subía para ver hasta donde llegaba. Llegó un momento en que nada superaba a su escalera. La gente la observaba desde lejos y se quedaba asombrada por su magnitud. Incluso se convirtió en un atracción turística, desde lejos venían personas a sacarse fotos con la escalera más grande del mundo, aún sin terminar.

El muchacho se hizo mayor, terminó la carrera y se casó, pero eso no impidió que prosiguiera con su sueño. Su mujer, que comprendió su motivación, le apoyó para construír aquella escalera. Incluso mientras cuidaba de sus hijos y trabajaba diseñando grandes edificios mantuvo su proyecto, su sueño con la escalera. Al fin y al cabo, era ya una manera de vivir, una rutina diaria, que incluso se le había hecho agradable, aunque cada día tuviera que subir mas peldaños. Durante varios días una terrible tempestad consiguió derribar su escalera, que quedó hecha astillas; sin embargo el muchacho comenzó de nuevo y con más ánimos prosiguió su sueño.
Cierto día, cuando nuestro protagonista ya se había jubilado, la escalera llegó al cielo. Sobrepasó las nubes bajas, superó la estratosfera y la mesosfera y llegó a su destino. El joven subió todos los peldaños, uno a uno, deseando con ferviente ilusión que fuera ya el último. Y cuando llegó se quedó asombrado con la belleza y el sosiego de aquel lugar. Un espacio blanco, etéreo, casi onírico. Los seres que habitaban allí eran similares a los nenúfares que recorren los ríos de la Tierra, aunque entonaban bellas canciones sin letra. Los objetos eran suaves y una persona podía darle forma a su gusto, cual escultor con su obra. Todo el material que allí se hallaba era color nieve y marfil, esponjoso y moldeable. Aunque lo que mas le gustó a aquel hombre fue que allí no habitaba nadie. No había ni un Dios, ni una persona que pudiera alterar la paz de aquel precioso lugar. Pensó en todo lo que había hecho en su vida. En sus estudios, en su mujer, en su familia, en su trabajo y en su sueño ahora completado. Pero aún así se sintió vacío. Tras observar durante varias horas aquel precioso paraje y pensar sobre su vida decidió regresar. Cuando llegó abajo desmontó su preciada escalera y se sentó en el sofá de su casa, junto a su mujer y su nieto más pequeño.

- ¿Porque no te has quedado allí? - preguntó ella, curioseando en sus sueños.
- Ni el lugar más hermoso del mundo, ni el sueño mas ambicioso del hombre, vale la pena sino tiene con quien compartirlo. - respondió el, mientras se dormía en el regazo de su amada.

Y por fin se sintió completo.


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