Había
una vez un joven que tenía un sueño. Era un sueño auténtico, no
como los sueño de hoy día. No soñaba con un yate, no sañaba con
casarse y formar una familia. No, su sueño era más complejo, si
cabe. El deseaba crear una escalera hasta el cielo, crearla y subir
por ella para no volver jamás a este mundo. El muchacho, un jóven
muy capaz y mañoso, comenzó a construírla. Al principio le resultó
complicado, pero en seguida le cogió gusto. Todos los días, al
volver a casa, trabajaba en su escalera, le añadía varios peldaños.
El joven decidió trabajar con madera, pues su padre era carpintero;
y su infancia había sido marcada ya con esos trabajos. Todos los
días seguía un mismo procedimiento: cogía varias tablas y las
cortaba en tablones de medio metro de ancho por 2 cm de alto, para
hacer los peldaños. Tras cortarlos los pulía, les daba forma, los
lijaba, los barnizaba y los colocaba en la estructura. Después se
subía en ella para ver hasta donde llegaba. Hacía un par cada vez,
para poner en cada lado de la escalera, que estaba unida al suelo de
forma casi perpendicular. Para la estructura utilizó un gran molde
que su padre había usado una sola vez para crear una escalera que
permitiese a un cliente subir al tejado de su casa. Mediría
aproximadamente 2,5 m. Cuando su estructura se terminaba creaba otra
similar, y la unía a la anterior, mediante un encaje de metal.
Tras
meses de duro trabajo, nuestro protagonista observó que su escalera
no aumentaba nunca lo suficiente. Siempre existían cosas mas altas.
Cuando superó su casa, el ayuntamiento quedaba por encima. Cuando
superó el ayuntamiento la iglesia. Y cuando terminó la iglesia la
catedral de la ciudad le seguía superando. Tras mucho trabajo
decidió comentarle a su maestra su gran proyecto, pues estaba
frustrado y necesitaba ayuda. Su profesora, lo miró con una
benevolente sonrisa y le dijo: ''No existe nada más alto que el
cielo, cariño. Ningún humano puede llegar tan alto, pues sería una
ofensa para Dios''. Al llegar a casa, el joven comenzó a
trabajar en su escalera como nunca antes. No sabía quien era Dios
para ofenderse por su sueño, pero cuando llegara al cielo, hablarían
personalmente.
Pasaron
los años, y el protagonista de esta historia jamás abandonó su
sueño. Con la ayuda de sus padres entró en la carrera de
arquitecto, y aprendió miles de fórmulas y objetos que le fueron
muy útiles para diseñar su escalera. A pesar de todo nunca abandonó
su procedimiento habitual: cada día creaba entre dos y cuatro
peldaños, los colocaba en su estructura y se subía para ver hasta
donde llegaba. Llegó un momento en que nada superaba a su escalera.
La gente la observaba desde lejos y se quedaba asombrada por su
magnitud. Incluso se convirtió en un atracción turística, desde
lejos venían personas a sacarse fotos con la escalera más grande
del mundo, aún sin terminar.
El
muchacho se hizo mayor, terminó la carrera y se casó, pero eso no
impidió que prosiguiera con su sueño. Su mujer, que comprendió su
motivación, le apoyó para construír aquella escalera. Incluso
mientras cuidaba de sus hijos y trabajaba diseñando grandes
edificios mantuvo su proyecto, su sueño con la escalera. Al fin y al
cabo, era ya una manera de vivir, una rutina diaria, que incluso se
le había hecho agradable, aunque cada día tuviera que subir mas
peldaños. Durante varios días una terrible tempestad consiguió
derribar su escalera, que quedó hecha astillas; sin embargo el
muchacho comenzó de nuevo y con más ánimos prosiguió su sueño.
Cierto
día, cuando nuestro protagonista ya se había jubilado, la escalera
llegó al cielo. Sobrepasó las nubes bajas, superó la estratosfera
y la mesosfera y llegó a su destino. El joven subió todos los
peldaños, uno a uno, deseando con ferviente ilusión que fuera ya el
último. Y cuando llegó se quedó asombrado con la belleza y el
sosiego de aquel lugar. Un espacio blanco, etéreo, casi onírico.
Los seres que habitaban allí eran similares a los nenúfares que
recorren los ríos de la Tierra, aunque entonaban bellas canciones
sin letra. Los objetos eran suaves y una persona podía darle forma
a su gusto, cual escultor con su obra. Todo el material que allí se
hallaba era color nieve y marfil, esponjoso y moldeable. Aunque lo
que mas le gustó a aquel hombre fue que allí no habitaba nadie. No
había ni un Dios, ni una persona que pudiera alterar la paz de aquel
precioso lugar. Pensó en todo lo que había hecho en su vida. En sus
estudios, en su mujer, en su familia, en su trabajo y en su sueño
ahora completado. Pero aún así se sintió vacío. Tras observar
durante varias horas aquel precioso paraje y pensar sobre su vida
decidió regresar. Cuando llegó abajo desmontó su preciada escalera
y se sentó en el sofá de su casa, junto a su mujer y su nieto más
pequeño.
-
¿Porque no te has quedado allí? - preguntó ella, curioseando en
sus sueños.
-
Ni el lugar más hermoso del mundo, ni el sueño mas ambicioso del
hombre, vale la pena sino tiene con quien compartirlo. - respondió
el, mientras se dormía en el regazo de su amada.
Y
por fin se sintió completo.
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